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Acerca de La Colección Chichimeca

La pintura: Arte subversivo en un mundo genérico

La Colección Chichimeca ha sido el punto de confluencia de varias emociones. Una de ellas es sin duda, la nostalgia por museos rebosantes de pintura. La perplejidad causada por la forma en que los pintores parecen haberse convertido en los primos pobres del mundo del arte actual, es otra. Sin embargo, la mayor inspiración es la emoción provocada por la frescura, soltura y vitalidad de la joven pintura latinoamericana actual.

Habrá quien diga que la pintura hoy en día tiene que competir con nuevas formas de arte y si bien es cierto, no se explica por qué cuando se muestra pintura, suele ser “Bad Painting” y no simplemente buena pintura. Más aún, la buena pintura parece desatar sarcasmos de toda índole como si el saber pintar y dibujar fuera algo vergonzoso. El menosprecio actual por los pintores de talento no deja de sorprender ya que, desde las grutas de Lascaux, la pintura ha sido uno de los emblemas más duraderos de la humanidad.

Este desamor es en sí muy revelador del mundo actual. Desde un punto de vista cultural, el efecto más perverso de la globalización ha sido una uniformización arrasadora cuya principal víctima ha sido la identidad, sea personal, regional o nacional, a menos - por supuesto - que dicha identidad o sus manifestaciones, se puedan convertir en destinos turísticos rentables o ser maquiladas como bienes de consumo vendidos urbi et orbi por las super tiendas del internet.

El objetivo explícito de los tenientes de la globalización es la utilización de todas las tecnologías disponibles para vender más y más rápido y el requisito implícito del éxito de semejante empresa, es un hombre no sólo huérfano de su pasado, de su presente, de su entorno y de su cultura, sino también de sus emociones, porque del sentir al pensar hay un paso que las mujeres y los hombres inteligentes siempre dan. La cultura genérica promovida por la globalización combate sigilosamente las emociones, y consecuentemente la libertad creativa que nace de sus desórdenes. El mundo globalizado desconfía de lo que Erich Fromm llamaba las impredecibles funciones psíquicas de la pasión de las cuales, como bien lo decía el sicoanalista de la Escuela de Frankfurt, nacen los mitos, las religiones, el afán de libertad y por supuesto el arte... no oficial.

La hostilidad institucional global que parece rodear el medio comprueba, si fuera necesario, que la pintura es la menos genérica de las artes visuales. Arte íntimo, la pintura toma sus raíces en la imaginación del pintor, en la observación de su entorno inmediato, y se nutre de su vivencia. El modo de producción de la pintura es sospechosamente low tech y traduce sensaciones interiores y emociones visuales personales, marcadas del sello subversivo de la individualidad. De ahí la sensación que tenemos hoy de que el pintor tiene un estatus de disidente.

Sin embargo, esta enemistad no ha logrado desalentar a los verdaderos pintores ni tampoco disminuir la añoranza y la pasión de los muchos amantes del oficio. Entre ellos, la Colección Chichimeca que intenta celebrar tanto el rechazo rotundo de los pintores latinoamericanos a ser los soldados formateados y disciplinados de esta aculturación rampante, como su talento, su amor por el oficio, y el claro regocijo con el cual los artistas del continente están activamente inventando una nueva sintaxis visual que se inspira en esta tierra vibrante y multifacética.

Si el hecho de estar en la periferia no favorece financieramente a los pintores - pero sí debo admitirlo, al coleccionista - la lejanía de los centros del arte global y de sus presiones, resulta ser una ventaja desde un punto de vista artístico: la distancia geográfica ofrece a los pintores el espacio necesario para explorar la riqueza del medio en paz.

Como lo vemos en la Colección Chichimeca, está emergiendo una nueva iconografía que muestra las múltiples realidades de esta vasto y diverso territorio. Los temas de este Renacimiento latinoamericano son el fútbol, los rituales vudú, o las calles abigarradas de Centroamérica, sus perros callejeros y su espumosa muchedumbre como decía Nicolás Guillén con ternura caribeña.

El término Renacimiento no es del todo extravagante. Si bien la pintura de otras regiones parece a menudo debatirse torpemente con el Hombre, sus diminutas alegrías y sus grandes penas, los pintores latinoamericanos ponen a la humanidad en el centro de su trabajo, devolviéndole al medio su más esencial ingrediente: la interioridad. Y esto deja vislumbrar grandes cosas...

Lucía Méndez Rivas aborda un tema difícil, pero sumamente humano: la religión, y para ser precisos, la santería. Con gran talento pinta la sensualidad curvilínea de las santeras negras, sus ceremonias ocultas y sus trances misteriosos. Al abrazar sus raíces afrocaribeñas, mezcla exquisitamente el dibujo sobre fondos de colores ardientes, mostrando el cuerpo femenino en su poderosa y carnal monumentalidad.

Con la travesura de un niño tierno, Mateo Argüello Pitt desdibuja la línea entre soledad y multitud, jugando -con sutil ligereza - llenos y vacíos, salpicando sus lienzos de paradojas con atrevida despreocupación. Legitima el levantamiento de pesas, el salto en bungee, el tenis o el fútbol como temas del oficio. Bajo el pincel del porteño Enrique Burone Risso, Buenos Aires ondula lleno de giros y curvas, - cual un parque de atracciones - que nos hace recordar a aquellos de nosotros que tuvimos una infancia urbana lo alegre que puede ser una ciudad.

Con amable ironía, el venezolano Miguel Meza aborda el absurdo humano, a la vez que su empaste impetuoso y varonil nos recuerda la voluptuosidad del medio en su ápice. Mientras tanto, las hamburguesas traviesas que reemplazan a las estrellas de la bandera estadounidense de Mario Lanz, no están exentas de insinuaciones pero el artista evita el militantismo solemne, firmando su obra con un gracioso código de barras.

Sí, por desgracia, la violencia es parte de la realidad latinoamericana y esto parece desconcertar a los artistas más jóvenes de la Colección. La mirada desafiante de la chica en Un Muro con Alma de Sarah Lynn Pistorius es escalofriante. César Chávez permanece impávido frente a la sangre y al dolor e Irving Herrera utiliza el lenguaje visual un tanto amenazante de sus noches de grafitero. En el extremo opuesto del espectro, con un trabajo casi zen, Fabio Egea nos devuelve una esperanza que surge de la serenidad, mientras que Carlos Quintana, fiel a sus raíces cubanas, utiliza el carbón como un cirujano el bisturí: con perfecta precisión.

Mientras el mundo angustiado monitorea los altibajos del FTSE, del Nasdaq, del EUR/USD o del precio del Brent, y se pregunta petrificado si con la próxima sacudida del Dow Jones o del Nikkei se esfumarán sus fortunas de papel, los pintores latinoamericanos trabajan frente a sus lienzos, enriqueciendo tranquilamente el capital artístico de la humanidad.

Tal como cantaba Atahualpa Yupanqui con aquella vocecita tenue:
“Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo....”

Gail Lusby
La Curadora y Coleccionista

 

 

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